lunes, 23 de mayo de 2016

Eurovisión, Erasmus, desplazados

Columna de opinión publicada también en Estrella Digital.
Europa es un gran invento que vive en horas bajas tras la sobredosis de austeridad ante la crisis y el envío de esos llamados hombres de negro que parecen no responder a una orientación política, pero llevan el catecismo en la cartera. Las amenazas de Bruselas no han dejado de estar presentes en el debate político hispano desde las elecciones de diciembre, avisos sobre la necesidad de nuevos recortes, poco sobre sanciones como consecuencia del incumplimiento continuado del déficit patrio durante los últimos cuatro años que han conseguido elevar la deuda hasta el histórico 100% del PIB.
Frente el monotema financiero, no es casualidad que las dos iniciativas que más europeos han creado tengan relación con el ámbito de la cultura: las becas Erasmus y Eurovisión.
En el programa Erasmus, que en contraste con su fama tiene unas becas bastante escasas, han participado más de tres millones de alumnos desde su creación en 1987.
La impulsora de este programa, la profesora italiana Sofía Corradi, ha defendido estos días por España la iniciativa porque obliga a sus participantes a abrirse a otras culturas y calcula en un millón de niños los nacidos de ese intercambio, cifra algo exagerada teniendo en cuenta los cruces sexuales entre los propios alumnos y el avance de los métodos anticonceptivos.
Por su parte, el festival europeo de la canción es una ocasión anual única de jugar en casa a la geopolítica.
Ganó Ucrania por el voto telefónico, canción 1944 que rinde homenaje a los tártaros expulsados de Crimea en ese año, tema interpretado por Jamala, voz poderosa estilo Mónica Naranjo. "No tengo patria alguna", se queja gritando al final del tema.
Como en otras ediciones, parece que en este 2016 han pesado circunstancias no musicales en la votación. El cómputo de votos colocó a Ucrania como la vencedora frente a Australia (ganadora del jurado) y Rusia (ganadora del televoto), una situación que ha indignado a muchos seguidores de Eurovisión.
Más de 380.000 firmantes han respaldado en menos de una semana la petición de un ciudadano armenio en la plataforma Change.org, en la que se rechaza los resultados de la votación, exige que se revisen, pide que se descalifique a la victoriosa Ucrania por el contenido político de la canción (por los acontecimientos recientes en Crimea, no de mediados del XX) y acusa a la OTAN de financiar y promocionar el tema.
España, con Barei y su canción "Say Yay!", que no estaba mal, quedó en el puesto 22 de 26, y Alemania ocupó el farolillo rojo; nada hay que temer porque ambos países repetirán en la próxima edición al formar parte de los cinco grandes que financian el festival y se saltan las eliminatorias.
Persisten en el festival curiosidades como la participación geográficamente incomprensible de Israel, con lo que a medio plazo podríamos ver a algún cantante palestino representando a un único Estado multinacional.
Sí es novedad el concurso de Australia, cerca de la victoria solo escapada por el televoto.
Desde los Bee Gees, Olivia Newton John, hasta "La boda de Muriel", Australia es un país simpático que recientemente ha despertado hasta el interés de la Armada española, que le cedió uno de sus mejores buques durante un año a cambio de la factura del gasoil. Este 2016 se quiere repetir la experiencia con Canadá, otro país miembro de ese club anglosajón que comparte espionaje.
Resulta curioso el acercamiento europeo e hispano al mundo anglo mientras Reino Unido vota en días su salida de la UE y Cameron trata de apagar el fuego que ayudó a azuzar (por aquí se podría hacer fácilmente un símil con mesas petitorias y esteladas incluidas).
Y Obama sin venir a España, pese al atlantismo del Gobierno y la estrecha alianza que une a Washington y Madrid para destruir a Maduro.
Al margen del ánimo, Europa es un club de 28 que hacen lo que se ponen de acuerdo, como en cualquier organización internacional, a un ritmo ciertamente más lento que la marcha del planeta. Con la integración reciente de diez países del Este existen opiniones diferenciadas en muchos campos, como las relaciones con Rusia, lo que afecta a la Defensa y anima probablemente los votos de Eurovisión.
Hace un tiempo que descubrimos que el nacionalismo no se cura viajando, hay ultras de la nación que no paran en casa. La recomendación es más bien un desplazamiento mental.
"El hombre desarraigado, arrancado de su marco, de su medio, de su país, sufre al principio, pues es más agradable vivir entre los suyos. Sin embargo, puede sacar provecho de su experiencia. Aprende a dejar de confundir lo real con lo ideal, la cultura con la naturaleza", leo en la solapa trasera de un libro de Todorov. "Si el hombre desplazado logra superar el resentimiento nacido del desprecio o de la hostilidad de sus huéspedes, descubre la curiosidad y aprende la tolerancia".
Con el desplazamiento se pierde anclaje, pero se gana perspectiva.
La distancia imprescindible para entender algo se puede adquirir por biografía, exilio exterior o interior, por la emigración (la alcaldesa Hidalgo, el primer ministro Manuel Vals, el nuevo alcalde de Londres) y existe también la alternativa de contemplar el mundo con la sorpresa de un extraterrestre sin salir de una baldosa de la cocina.
Erasmus y también el festival de Eurovisión nos permiten salir de casa mentalmente. Y descubrir unas mozas cantantes representando a Armenia y Azerbaiyán que dan ganas de coger la maleta y salir a conocer el Cáucaso.

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