lunes, 10 de octubre de 2016

Carrefour, EEUU, Israel, armas

Columna de opinión publicada también en Estrella Digital.
Reposto de combustible mi vehículo en la gasolinera de una gran superficie comercial que me bonifica un 8% del precio del surtidor, acumulado en un cheque trimestral canjeable en la propia gran superficie.
Correfour no creo que pierda nada, dado el margen comercial de mi primera y segunda compra, me tiene atrapado para el gasóleo, la alimentación e incluso para terceras compras no previstas.
Lo anterior es un ejemplo de libro de programa de fidelización: no salgo de allí, aunque aún me resisto a la sección de viajes y a contratar el seguro de deceso.
Conservo en cualquier caso la libertad de cambiar de hipermercado; otra cosa sería que Carrefour o, mejor dicho, el Gobierno francés me entregara el dinero para comprar en los establecimientos de esa multinacional de capital francés, si es que no ha entrado aún en su accionariado algún fondo soberano de algún país del Golfo Pérsico o el de Noruega.
Salvando las distancias atlánticas y mediterráneas, algo parecido acaba de ocurrir con la firma de un acuerdo de seguridad entre Estados Unidos e Israel: se compromete una contribución financiera descomunal por parte de Washington a Tel Aviv (escribo capitales para no repetir países o presidentes) de 38.000 millones de dólares para la década 2019-2028 (no me puedo resistir a indicar que equivale a más de seis billones de aquellas pesetas con las que crecimos y luego engordamos).
Tres años de negociaciones han conseguido incrementar un 30% el pacto anterior.
Para hacerse una idea, con esa cantidad España podría pagar por duplicado todos sus compromisos de programas de armamento durante ese periodo, lo que de ocurrir se interpretaría como una pérdida de soberanía por nuestra parte, porque algo pediría a cambio tan generoso donante.
La relación militar entre EEUU y España nunca ha sido tan estrecha, con Rota y Morón como gran plataforma naval y aérea camino de Oriente Próximo y también del mando africano, y, que se sepa, el aliado americano no paga un duro, aunque gaste en las bases y en la OTAN.
Una clave de la ingente financiación militar de EEUU a Israel es que debe ser gastada en equipamiento militar norteamericano, con lo que se traduce en actividad para la industria militar de quien dona ("y puestos de trabajo para los americanos", se destacó en la firma), lo que las autoridades de la competencia militar, si existieran, deberían denunciar y prohibir; o alentar, quién sabe.
Es curiosa esta costumbre de justificar el gasto en seguridad con los empleos que genera la industria asociada, se buscan argumentos secundarios para apuntalar lo primario.
Hace referencia el acuerdo a 3.300 millones de dólares anuales para armamento como los cazas F-35, una treintena de aparatos, los primeros este mismo año; y otros 500 millones de dólares anuales para la defensa antimisiles que Israel desarrolla no ya con un sistema (Iron Dome), sino con tres (David's Sling y Arrow-3), que traducidos son Cúpula de hierro, La honda de David y Flecha en su tercera versión.
Obama pone fin a su mandato con este acuerdo multimillonario tras unos años de aparentes malas relaciones con el Gobierno extremo israelí, decisión no casual que podría tener relación con la campaña electoral en marcha Clinton-Trump y también como compensación al acuerdo que ha desnuclearizado Irán a medio plazo y aún así tan poco ha gustado.
"Israel se mantiene como el primer receptor en todo el mundo de la financiación militar extranjera de EEUU", informa la Casa Blanca, "desde que el presidente Obama tomó posesión, los Estados Unidos han entregado a Israel alrededor de 23.500 millones de dólares (entre 2009 y 2016)".
Sin embargo, los firmantes del acuerdo no fueron Obama y Netanyahu, sino la consejera de Seguridad Nacional y segundos niveles de Exteriores y Defensa, lo que no quita un dólar al compromiso.
Por si quedaran dudas, el acuerdo "es el reflejo más actual del compromiso inquebrantable del presidente Obama con la seguridad de Israel", aunque no fuera a la firma.
El acuerdo de financiación militar se entiende que opera en tiempos de guerra no declarada y abierta, en caso de conflicto está asumido que el Congreso aprobaría fondos adicionales y todo el equipamiento militar norteamericano sería susceptible de recibir la estrella de David en alguna base mediterránea, si fuera necesario.
Nunca en su historia la amenaza militar contra Israel ha sido menor que la actual, con Irak destruido, Siria desangrándose y Egipto asegurado tras el golpe de Estado. Tanta financiación y tanto escudo parecen exagerados para las actuales amenazas, aunque supone una contribución no menor a la carrera armamentística en la zona que va viento en popa con Arabia Saudí con el tercer gasto militar del planeta y el primer puesto mundial como comprador de este material.
Se desconoce el esfuerzo financiero norteamericano para la solución de dos estados que retóricamente volvió a salir en el acto de firma como salida al conflicto israelo-palestino, pero la inversión militar en Israel sobrepasará los 60.000 millones de dólares en veinte años (la cifra supera el PIB total de países como Luxemburgo o Uruguay).
Santiago Alba Rico, analista y traductor español -emparentado con la bruja Avería-, recuerda que los judíos hasta la segunda guerra mundial eran un colectivo despreciado y discriminado, muy similar a la fobia que hoy despiertan los musulmanes entre una parte de la población o sus dirigentes, imagen de los judíos opuesta a la actual. Tal cambio radical, sostiene, se ha producido al hilo de la función creciente de Israel como gendarme norteamericano en Oriente Próximo.
Diríamos que Israel desarrolla un papel neocolonial en la zona generosamente recompensado, en dólares y aprecio global.
Reconocerá el lector que la teoría se merece darle una vuelta.

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