martes, 16 de mayo de 2017

Personas, sucesos, ideas

Columna de opinión publicada también en Estrella Digital.
En tiempos de incertidumbre se simplifica la realidad, se esquematiza para que el consumidor confuso encuentre respuesta rápida.
Ya sea en las elecciones francesas, el triunfo del fascismo en EEUU, el cambio de líder de un partido político, la explicación tiende a sintetizar el resultado como el triunfo o derrota entre una pareja de elementos opuestos.
Una variante de moda de lo anterior es la querencia de los populismos a identificar un enemigo claro, que es exactamente el opuesto al amigo.
De este modo nos rodean dicotomías, divisiones en dos partes, oposiciones binarias: pasado-futuro, élites-pueblo, militante-aparato, tropa-oficiales, civilización-terrorismo, razón-emociones, globalizados-parados, urbano-rural, jóvenes-jubilados, nativos digitales-analfabetos tecnológicos, formados-desinformados, agresores-víctimas.
Curiosamente de todas las parejas en circulación la más cuestionada es la de izquierda-derecha, que sin embargo sigue explicando gran parte de lo que ocurre en política, sin abarcarlo todo, como ninguna.
Como subproducto de la pareja nuevo-viejo, los partidos políticos corren el riesgo de convertirse en un producto del pasado.
Contra las simplificaciones cabe decir que con Álvarez Junco aprendimos que la identidad nacional, la colectiva y probablemente la individual es múltiple, cambiante y construida.
Entre el blanco y el negro vamos perdiendo los grises.
En la noche de la segunda vuelta de las presidenciales francesas, sin acabar aún el escrutinio, el ganador Macron anunció la conversión de su partido ¡En Marcha!, de un año de vida (las iniciales coinciden con su apellido) por La República En Marcha; la candidata Le Pen anunció la misma noche una profunda transformación del Frente Nacional, que se verá si incluye un cambio de denominación; los conservadores franceses se adelantaron al proceso y convirtieron meses antes la UMP en Los Republicanos (en línea con el populares que acompaña el logo del PP). Tres días después de las elecciones el candidato socialista Hamon anuncia que creará su propio movimiento para "regenerar la izquierda", al parecer sin abandonar del todo el PS.
Asistimos al nacimiento apresurado de nuevos partidos sin estructura (véase la dificultad de Podemos y Ciudadanos para funcionar en un clima de normalidad) contra partidos tradicionales a la baja dirigidos por políticos salidos de primarias contra los aparatos.
Los partidos parecen en proceso acelerado de convertirse en estructuras obsoletas a punto de acabar en el desván de las antiguallas inservibles, aunque los ejemplos franceses parecen más plataformas electorales personales que partidos al uso.
La única solución encontrada en los partidos hasta el momento en una actualización imprescindible ha sido organizar consultas donde se pregunta a los militantes lo obvio (como las recientes en Podemos sobre mociones de censura) o la convocatoria de primarias para elegir al líder, que elimina la intermediación de la estructura del partido y cuyos resultados han sido electoralmente nefastos en España, Reino Unido y Francia.
La antigüedad de los partidos con historia no parece motivo suficiente para abandonarlos, la gente se agarra a asuntos más viejos que los partidos para reforzar su identidad: un pasado inventado; la Semana Santa (dos mil años, aunque su auge actual tiene dos décadas), cantar la Internacional (un siglo, seis meses en algunos casos), la Nación (dos siglos).
El partido es un instrumento para la participación política y directamente imprescindible en nuestro actual sistema electoral y parlamentario. El recambio no está nada claro, y la prueba es que los descontentos con los partidos lo que deciden es... crear otro o algo parecido.
Dos tendencias claras, sin binomio: lo nuevo atrae, que puede ser realmente novedoso o presentado como novedoso; y el rechazo goza de buena salud, continúa el voto de protesta.
La lógica nos indica que lo nuevo va perdiendo lustre con el paso del tiempo y el camino natural de la indignación ciudadana podría ser la abstención, si no encuentra destinatario a su altura.
Una posible salida al enredo es elaborar un algoritmo infalible, instrumento matemático difícil de entender aunque al parecer está detrás de todo lo que nos rodea, desde las búsquedas de Google al espionaje de las comunicaciones electrónicas.
En este caso al informático habría que decirle cuánto pesan cada una de las dicotomías de arriba, la fórmula no lo resuelve; y tener en cuenta las carambolas políticas, que en el caso de Macron suman cuatro (las que ha provocado Hollande, Fillon, Hamon y Le Pen).
Se puede establecer que una conversación, un razonamiento, se complica progresivamente en la secuencia personas-sucesos-ideas.
Lo más sencillo es hablar de personas, de fulano y mengano, que se parece a zutano; aquí entra reducir el discurso constantemente a uno mismo, los chismes y rumores.
Un paso más allá es tratar de lo que ha ocurrido o ha pasado; acontecimientos.
La abstracción crece cuando la conversación es de ideas, en este estadio se amontonan las preguntas y las respuestas, sin resultados contundentes.
La política se centra hoy crecientemente en personas, a las que por supuesto les pasan y cuentan cosas y tienen ideas, pero el peso de la secuencia es decreciente.
Lo que me recuerda una larga cuña radiofónica, sin que haya retenido la marca que la financiaba, que decía algo así: "Fulana se ha emparejado, ¿sabes con quién? ¿Te acuerdas del director de la sucursal de ahí arriba?, pues con el que le robó la moto".
El humor y la publicidad siguen sin competencia solvente para interpretar la realidad.

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